lunes, 24 de enero de 2011

¡Gracias Argentina por el mate!



Cuando uno decide aventurarse en un país lejano, es conveniente estar abierto a conocer y entender nuevos amigos, nuevas comidas, (y bebidas), nuevos paisajes, nuevas culturas. De lo contrario puede suceder que todo esto nuevo lo conviertan a uno en un personaje amargado y ridículamente melancólico, que piensa en el regreso a su país, como el regreso a la felicidad, al vientre materno…
Esto es algo que debo recordar a diario, ya que tiendo a ser de esas últimas. Afortunadamente conocí en México varios argentinos que corrieron mi misma suerte. Con ellos cada tanto nos ayudamos a objetivar nuestros desvaríos nacionalistas, que finalmente no son más que la forma que toman nuestros deseos por huir de tantas caras ajenas.
Cuando uno decidió aventurarse en un país lejano, y ya ha cumplido años en él, comienza a entender que le ha ganado al temor, pero que aún le queda aprender a disfrutar del triunfo, entender que es tiempo de soltar la rama para darse cuenta que tenía alas y podía volar.
En medio de todo este proceso, en el que los aprendizajes no dan respiro, (al punto de pensar que tampoco fue una elección propia el aventurarme, sino otra lección de la vida… uff), cuando uno se encuentra en otro país, siente la enorme necesidad de mostrarle a la gente todo aquello que en el suyo era cotidiano, y que solo estando lejos pudo entender lo significativo que le resultaba.
Para un argentino, un ejemplo claro de ello es el mate. Aquella bebida calentita que acorta cualquier distancia entre dos personas o más, que sin hablar nos hace decir: “compartamos”, “gracias”, “yo cebo: yo te sirvo”, “charlemos”, “vivamos una tradición”, “nos sintamos parte de algo” aunque desconozcamos bien de qué…
¡Cómo disfruto ese momento en el que me decido a poner la pava y esperar que el agua llegue a su punto justo para una mateadita! Antes de eso ya estoy sintiendo el cálido sabor en mi boca. No sé para los demás, para mí, ese instante en el que coloco la pava al fuego es como decir ¡vamos, ánimo para lo que sigue, que sigue habiendo cosas lindas para amar la vida!
En casa, en Córdoba capital, esto casi sin advertirlo habíase convertido en un ritual con mi mamá y mis tres hermanos luego de almorzar para prolongar un poquito más esa sobremesa (cosa que tampoco nos decíamos con palabras), y cuando algún pariente o amigo andaba de visita a esa hora, poner la pava era decir “miren, esto no termina acá, aún podemos seguir compartiendo”
El mejor mate me lo cebaba la mamá de mi mejor amiga, aún no sé cuál era su secreto, siempre tenía como una espumita verde y un aroma a peperina que no necesitaba más promoción que ella misma para aceptarse luego de una tarde de juegos o estudio. Además con bastante azúcar, lo que lo convertía en un mate ideal para niñas que todavía no habían aprendido a disfrutar del gustito amargo de la vida.
En fin, medio año en México, clase de lectura en el conservatorio de música de Toluca, la profesora describiendo como iban a plantearse sus clases: tertulias, un libro semanal leído para compartirlo en ronda, y las palabras claves: “…pueden traer café, galletas o lo que les apetezca, menos tequila, claro…” Una imagen en seguida se me vino a la cabeza: conservatorio de música en Córdoba, clase de qué se yo, (eran varias), compañero uruguayo y su infaltable equipo de mate, mate de esos bocones, sensación general: ¡Mucho mejor asistir a clase si hay mate!
Me apuré a comentar lo que yo llevaría: “Yo voy a traer el mate”, inmediatamente luego de percibir sus caras de desconcierto y desconfianza, dije, es una infusión típica de argentina.
La reacción más esperada (porque ya me había sucedido antes), fue luego de decir la palabra “yerba”, todos la relacionaron con “hierba”, y a partir de ese momento comenzaron a hacer sus chistes, ofrecer otras cosas para traer a clase y demás.
Luego me preguntaron, insistentemente, qué debían traer para poder tomarlo, y después de varios intentos por explicarlo, entendieron que yo solo llevaría UN recipiente para todos y no hacía falta más, (aunque todavía me fui viendo caras de desconcierto).
Me fascina escuchar a la gente y aprender de ellos, por lo que supuse que a ellos también les pasaría lo mismo, entonces me dispuse a investigar lo más posible respecto al mate, ya que en mi país yo solo lo tomaba y no tenía la más remota idea de su historia, ni su elaboración.
Busqué fotos en internet de distintos tipos de mates, tallada solo su calabaza, de plata, de pesuña de vaca, de madera, de bocas anchas o pequeñas, con o sin base. De la misma forma las bombillas.
Conseguí una foto de la planta el “Ilex paraguariensis”, investigué sus propiedades, su historia, y mira vos che! Cuantas novedades para mi también!
Llevé mi equipo con tres mates, tres bombillas diferentes y las fotos, ah! También llevé fotos de gente tomando mate de varios estratos sociales, edades y géneros (para convencer a mis compañeros de que no era algo que solo yo y mi familia tomábamos)
Que placer difícil de explicar el entrar a la clase con mi equipito, sabiéndome acompañada por mis tradiciones y el agüita calentita lista para unos verdes.
Me senté en la ronda, y a medida que todos se iban ubicando, comencé a hablarles del mate, lo fui cebando, mientras las fotos daban vueltas por la clase les hablé de cómo preparar un buen mate, aunque aclarando que a todos nos sale distinto, (y en mi caso me salen siempre cortos) Que puede ser dulce, amargo, con o sin yuyos, aunque en mi provincia se aprecia la peperina y dicen que evita la acidez; del gracias para que ya no le ceben más; del agua justo antes de hervir, y qué se yo cuantas otras cosas que todos sabemos por allá sin saberlo.
Lo cierto es que las dudas de mis compañeros resultaron ser un poco más simples de lo esperado, ¿qué es la bom.. bom.. bombilla?? ¿Cómo se llama ese “popote”? (traducción: pajita). Una compañera más refinada y mayor que el resto, se animó a preguntar lo que parecía que todos dudaban… ¿Todos debemos traer nuestro popote, verdad????? En ese momento, noté que el mate nos había quitado al menos un prejuicio a los argentinos, sin saber si eso era realmente algo bueno, al menos llamativo.
Más tarde costo un poco hacerles entender que el recipiente se llamaba mate y la yerba, yerba mate ¡no sé porqué!.
Al probarlo por primera vez, la sorpresa era mía, porque teniendo en cuenta que habían pasado al menos dos horas desde que puse el agua en el termo (el cual no es de los mejores, y no la mantiene caliente por mucho tiempo), los mexicanos se quemaban con el “popote”, cuando un argentino hubiera dicho “guajjjjj!! Está frío!!!”
O bien, tomaban un sorbo y me lo entregaban, como si fuera una pitada al cigarrillo, cosa que con mi vocación de docente no les permitía, y se los hacía tomar todo aunque tardaran mucho… algunos interpretaban esto literalmente, y colocaban de adorno el mate en su pupitre mientras la clase transcurría y mis ganas de tomar uno me hacían perder la concentración.
Lo que más me costó hacer que entiendan, es que no hay ninguna, ¡pero ninguna! necesidad de remover la bombilla, cosa que todos instintivamente hacían al recibirlo, mientras yo veía como todo mi humilde, pero no por eso menos voluntarioso, arte del cebado, se iba al demonio.
Y bueno, así transcurrieron las clases de lectura, con mate y galletas de por medio (a veces papas fritas enchiladas… tal vez el menos apropiado de los intercambios culturales. Un compañero que solía tener problemas con el alcohol, ahora parecía tenerlos con el mate. Si bien todos se parecían en lo tímidos, éste no titubeaba ni una vez para (casi exigirme) otro mate. Otros luego de un rato de no tocarle el turno, por lo bajo me lo pedían, otros tantos no decían que les gustaba, pero también lo tomaban, y algunos poquitos llegaron a decirme gracias.
Debo sincerarme y decir que no a todos les gustó, incluso intuyo que la profesora hacía un esfuerzo admirable cada vez que le tocaba el turno, para no decirme que no. Claro, con el tema de la influenza, gripe porcina, gripe A, o la porquería que sea, descubrí la fobia que la pobre sufría por las enfermedades de contagio.
Lógicamente ese fue el final del mate para varios de mis compañeros, ya que al menos que le hiciéramos agujeritos a los barbijos, lo cual no resultaría tampoco muy razonable… la bebida espirituosa dejaría de ser una posibilidad.
Debo decir que a partir de ese momento, volvió a serme pesado presenciar esas tertulias, sentí como que algo nos había vuelto a alejar. ¿Qué otro misterio esconderá el mate?
¡Al menos yo tengo mi peperina y mis yerbas regaladas por todo familiar o conocido que viaja! Aquí se consigue solo una marca medio fuerte para mi gusto, pero justito ahora que se me estaban acabando las reservas, conocí una correntina que sin saberlo me trajo de regalo una de las buena, Esa es pa´ compartir con ella y la gente linda nomá!
¡Abrazos desde Toluca, México para todos los paisanos! y ¡Gracias Argentina por el mate!

4 comentarios:

  1. Me emocioné, me reí, me asombré...
    y con tu permiso quisiera usar este texto para introducir mi clase de antropología cultural. si?
    bellas, bellas, bellas tus palabras y cálidas como el mate de la tarde.

    ResponderEliminar
  2. mmm, dejámelo pensar... ja!! gracias Ga,espero haberte hecho recordar algunos momentos compartidos! Yo al menos guardo tu imagen y la de la Ro otras veces, poniendo la pava.

    ResponderEliminar
  3. me encanto!!! por momentos me dio mucha gracia y por momentos me hizo recordar como, a veces, uno naturaliza cosas que no lo son tan asi, y te recuerda que no todo el mundo ve la vida como uno lo ve... y eso es para agradecerlo!!!
    Besos Lula y te quiero!!!!

    eli

    ResponderEliminar
  4. Eso es lo más lindo de estar en otra cultura!!! gracias Eli querida! también te quiero!

    ResponderEliminar