miércoles, 1 de junio de 2011

REENCUENTRO

Hacía tiempo que no te veía, que no escuchaba tus sonidos, que no sentía el aroma que te distingue del resto. Hacía tiempo que no te tocaba.
Tal vez año y medio sin siquiera tener la intención de acercarme a vos; y para entonces nuestros encuentros ya eran fugaces.
Anduve muchos caminos en este tiempo, caminos que parecían cada vez más lejanos del tuyo.
Casi te recordaba como si jamás nos hubiéramos pertenecido, como si lo nuestro hubiera sido uno de esos errores del destino.
Y hoy algo me llevó otra vez a buscarte, una de esas causalidades que nunca se esperan.
Acudí a tu encuentro con ese temor de ya no ser los mismos de antes, y desconocernos, como si la distancia y el olvido pudieran hacer que todo lo que se hizo por una relación, desaparezca sin dejar rastros. Como si algo pudiera realmente desaparecer…
Así entonces, entusiasmada por volver a verte y con el temor de que no me reconozcas es que levanté tu estuche empolvado, lo coloqué en una silla, lo abrí como si nunca hubiera dejado de hacerlo, te quité la tela que te cubría, te levanté una vez más con cuidado, hice sonar tus cuatro cuerdas y la melancolía y la culpa me vaciaron el alma al sentirte flojo, olvidado, desafinado. Sobre todo porque no sos de los que se dejan vencer fácil, sobre todo al recordar que podían pasar meses sin que te toque y aún así te encontraba en el mismo estado en el que te había dejado. Esta vez fue distinto había pasado más tiempo del que los dos hubiéramos pensado.
Comencé a ponerte otra vez en punto, una tecla del piano por cada cuerda, sin prisa, mi tiempo era ahora el nuestro.
Luego de recuperar cada cuerda su tono, tomé tu arco, noté que era el de siempre aunque lo vi distinto, no había advertido antes como ahora, sus crines manchados como las manos de un viejo. Lo ajusté un tanto y con la delicadez con la que un danzante antes de la función estira cada músculo, coloqué resina en toda su extensión.
Ya había ocurrido, ya nos habíamos reconocido, ahí habías estado todo ese tiempo, ahí había estado yo.
Coloqué el desgastado soporte en tu espalda, y una vez más te puse sobre mi hombro izquierdo, y mi mentón sobre aquella extraña mentonera a la que ambos tuvimos que adaptarnos ¿te acordás? Sentí otra vez el aroma de tu madera, siempre mezclado con el mío. Reconocí tu sonido al pasar el arco por tus cuerdas. Retoqué la afinación hasta que nadie pudiera imaginar que estuviste con polvo, olvidado en un rincón de la pieza.
Y ahí estábamos los dos, como si el tiempo no hubiera pasado y fuéramos aquellos que solíamos ser juntos. Mi corazón estallaba de alegría porque otra vez pudimos sacar música de una partitura que nunca habíamos tocado. Si, mis dedos recordaban cada milímetro donde debían tocarte para hacerte sonar lo mejor que he podido. Debí confiar más que nunca en la sabiduría de mis propias manos. Descubrí al tocarte que una parte de mí siempre estuvo contigo, y que vos te habías quedado igualmente silencioso en la memoria de mi cuerpo.
Ambos teníamos ahora mucho más por decir, más por entregar; y sentimos, y nos alegramos, y festejamos, por ser aquellos de siempre y estar juntos, sacándonos música, deteniendo el tiempo una vez más.